Travaux du GEREC l'Ewop
 

SOC-14 “Integración, Democracia y Exclusión Social
en América Latina”
Exclusión y violencia en Colombia

 
par Liza Rivera
 
Colombienne
Marchande, Colombie.
Photo Bruno Ollivier

Resumen: El aumento en los últimos cincuenta años de la violencia política, de la delincuencia común, del tráfico de drogas, el indudable debilitamiento del Estado, la ineficacia del aparato judicial y la exclusión de importantes sectores de la población colombiana, han llevado al país a una dramática situación sociopolítica, que parece insoluble. Colombia es considerada por las instancias internacionales como el país más peligroso y violento del mundo occidental. A pesar de un origen histórico similar, los países de la Comunidad Andina o del Cono Sur, están lejos de conocer una degradación social y política comparable a la de Colombia. Esto nos lleva a preguntarnos ¿cúales son las razones de la particularidad colombiana?

La crisis actual de Colombia y su expresión más concreta, la violencia, no nos parece ser el resultado de fenómenos recientes relacionados con en periodo de la Violencia de los años cincuenta y sesenta, ni con la influencia de las guerrillas comunistas centroamericanas, ni aún con el auge del tráfico de drogas. Para nosotros, la situación colombiana es la consecuencia directa de la manera como se constituyó la sociedad neogranadina durante el periodo colonial a partir de un sistema fuertemente excluyente como fue el de la encomienda y de su posterior evolución, el de la hacienda. La encomienda organizó la estructura social, política y económica de la Nueva Granada, favoreciendo los intereses de un grupo restringido de la población e impidiendo la mobilidad social de la mayoría de los habitantes del Reino.

Este sistema, utilizado por los europeos en todo el territorio americano, tuvo en la Nueva Granada un desarrollo particular debido a varios factores, entre los cuales cabe señalar: el mestizaje acelerado de la población, las características y la influencia socio-política de sus primeros conquistadores y el aislamiento de la capital del Reino, Santa Fe, al estar ubicada a 2700 snm, en pleno corazón de los Andes.

El final del periodo colonial, que hubiese podido significar un cambio a nivel social, político y económico en el virreinato, no hace sino reforzar las antiguas estructuras coloniales y los privilegios de la aristocracia neogranadina. En efecto, las hazañas y el arrojo del ejercito libertador durante las guerras de Independencia no bastaron para que los soldados accediesen a la mobilidad social a la que aspiraban ya que las élites neogranadinas, celosas de sus privilegios, disolvieron el ejercito una vez asegurada la libertad del antiguo virreinato y evitaron así la emergencia de una alternativa social que hubiese podido poner en peligro sus intereses y luchar por el control del poder político.

Durante casi dos siglos de vida republicana, la aristocracia colombiana, a través de los dos partidos políticos más antiguos del continente, ha utilizado el Estado como una especie de propiedad privada y la política como el medio indispensable para conservar prerrogativas y privilegios. Las élites colombianas -herederas de unos valores sociales de carácter seminobiliario vinculados con comportamientos paternalistas, autoritarios y clientelistas, en estrecha relación con las actitudes leales, sumisas y fatalistas desarrolladas en el trancurso de los siglos por las clases subalternas- han excluido de manera voluntaria a la inmensa mayoría de la población colombiana de los más mínimos derechos y beneficios que el Estado debe brindarles como cuidadanos. Por voluntad política, el Estado colombiano no está presente en todo el territorio nacional, de hecho, extensas regiones de la costa pacífica, de los llanos orientales o de la region del Amazonas permanecen desde hace siglos abandonadas y olvidadas por el gobierno central.

La actitud que las élites han mantenido a lo largo de la historia del país, ha impedido que los colombianos aislados social y geográficamente se identifiquen y se reconozcan dentro del conjunto nacional. La aristocracia colombiana, al favorecer intereses privados, le ha negado a la mayoría de población la participación en la construcción de un verdadero Estado-nacional, lo que ha generado, en las últimas décadas, reacciones extremamente violentas.

1. La encomienda y su incidencia social en Colombia

La exclusión en Colombia, no es pues el resultado de las realidades económicas y sociales actuales, ni siquiera la expresión de las desigualdades que pueden observarse en otras sociedades. Las diferencias económicas, las particularidades étnicas y culturales, educativas o de clase, no podrían explicar por sí solas, los límites infranqueables existentes entre los miembros de una misma sociedad. Si los criterios de diferenciación social se pueden aplicar cuando se trata de estudiar las características que la exclusión reviste en las sociedades modernas, y que se relacionan con problemas de inmigración, de desempleo, de educación, etc., éstos no bastan para comprender el caso de la exclusión en Colombia. Ella, en esta zona del territorio americano, parecería más bien responder a un proceso histórico singular, relacionado especialmente con un problema de identidad, de pertenencia y de mentalidad.

Su génesis podría encontrarse en el sistema de organización social y económico implantado por los españoles a partir del siglo XVI en el antiguo territorio de la Nueva Granada. En aquel entonces, empieza a formarse una sociedad con base en la mentalidad y en los valores tradicionales hispánicos, heredados del periodo de la Reconquista, relacionados con un modo particular de conseguir riqueza, prestigio social, honores y poder político. La mayoría de los españoles ambiciona entonces acceder a la nobleza o al menos imitarla y para los conquistadores, el único modelo social digno fue el aristocrático. La mentalidad hispánica se adaptó al modelo sociopolítico de los grupos aborígenes que poblaban la region. Los miembros de la incipiente sociedad neogranadina, constituída por españoles peninsulares, por criollos, mestizos e indios, interiorizaron con el transcurso de los años, los valores y los comportamientos vehiculados por la institución de origen hispánico de la encomienda, sistema que, aunque instaurado en todo el Nuevo Mundo, jugó en la Nueva Granada un rol particular, al determinar las condiciones de acceso al poder y las reglas de las relaciones sociales, con base en comportamientos excluyentes, perceptibles aún hoy, en la sociedad colombiana.

El encomendero, símbolo de prestigio y de poder, era para los habitantes del Nuevo Reino en los siglos XVI y XVII, el modelo social de referencia. Su poder no dependía de su capacidad de trabajo y de lucro personal, sino de su capacidad para someter a los demás y para obtener de ellos, por medio de una violencia real o simbólica, los beneficios económicos necesarios para satisfacer un modo de vida “seminobiliario”, en el cual los valores predominantes eran: los comportamientos autoritarios y paternalistas, el ocio y la fidelidad incondicional. Para alcanzar el prestigio, el poder y la riqueza, los neogranadinos buscaban obtener una encomienda o al menos, realizar alianzas con los notables del Reino, subordinándose a ellos y declarándoles una fidelidad sin falla. El respeto y la admiración que los habitantes de la Nueva Granada manifastaban por el encomendero, no iban dirigidos a él como representante de una institución sino directamente hacia su persona, lo que aumentaba su poder y su influencia social. La fuerza y la notariedad del encomendero, radicaba también, en el apoyo incondicional que le brindaba su numerosa clientela, un grupo de individuos “desocupados” que vivía a sus expensas. Sólo en el seno de la encomienda, gracias a condiciones subjetivas, se podía aspirar a un cambio de nivel social. El mestizaje -que había liberado a los aborígenes del tributo- y la fidelidad sin límites hacia el encomendero, permitían la mobilidad social dentro de una estructura aparentemente muy jerarquizada, constituída alrededor de una red de relaciones personales, basadas en la lealtad y en el sometimiento incondicionales. En esa sociedad, los individuos de los status inferiores, desarrollaron un comportamiento caracterizado por la reproducción mecánica de las actitudes y de los valores propios de la élite del Reino, ya que ese mimetismo los acercaba –al menos imaginariamente- al poder. Sin embargo, la evolución social, al depender de condiciones subjetivas, llevó a situaciones precarias e inestables, ya que el status de los individuos podía cambiar de manera inesperada. Este aspecto contribuyó a que los habitantes del Reino, desarrollaran el autoritarismo y la violencia como mecanismos de defensa.

La encomienda fue la principal forma de asociación durante los dos primeros siglos del periodo colonial en la Nueva Granada e impidió la emergencia de otras formas de organización social más horizontal. Esta institución trazó las reglas de ascención social ya que por fuera de ella, cualquier reconocimiento y cambio social eran imposibles. Esta forma de asociación existió únicamente en la zona andina (actuales departamentos de Cundinamarca, Boyacá y Cauca). La población y las regiones de la Nueva Granada que no participaron en la encomienda sufrieron las consecuencias de la exclusión. Los llanos orientales (frontera venezolana y región del Orinoco), la costa pacífica (desde Panamá hasta Buenaventura) y el sur del país, (la frontera ecuatoriana actual), no entraron dentro de las decisiones políticas, económicas o sociales tomadas en Santa Fe de Bogotá a lo largo del periodo colonial. Todavía hoy, luego de dos siglos de independencia, la situación social, económica y política de esas regiones, no ha evolucionado mucho. Los habitantes de esas extensas regiones, aisladas y cortadas del mundo desde hace siglos, siguen siendo las más pobres y miserables de Colombia. Las que sufren con mayor intensidad, las consecuencias de la guerra entre los diferentes actores armados del conflicto colombiano (guerrilla, paramilitares, traficantes de droga y ejercito). Son esas mismas zonas las que alimentan, a pesar suyo, los grupos armados paralelos al Estado.

Las formas de organización social y política, originadas en el periodo colonial, y basadas en valores opuestos de los indígenas y de los españoles –colectivismo e individualismo respectivamente- condujeron a la formación de una sociedad compleja, donde la situación de los individuos era particularmente inestable, ya que dependía de condiciones subjetivas, vinculadas con el grado de sumisión y fidelidad hacia los poderosos. En esa sociedad, las relaciones clientelistas eran indispensables para el ascenso social, para el enriquecimiento, para la obtención de respeto y de prestigio personal. Los individuos que no participaban de esa forma de organización, se encontraban relegados social y económicamente.

2. De la Colonia a la Independencia, el perfeccionamiento de la exclusión

Del siglo XVI al XVIII, la encomienda evolucionó y se perfeccionó, generando el sistema asociativo de la hacienda cuando las condiciones económicas, políticas y sociales se modificaron, y particularmente cuando la población indígena, que suministraba una mano de obra gratuita, desapareció casi por completo. La mentalidad y los valores de la encomienda, que condicionaban el cambio social, no perdieron en esta nueva forma de asociación su esencia, al contrario se reforzaron. Los vínculos que se establecieron entre los hacendados, y el resto de la población granadina, se basaban en intereses comunes, y sobre todo, en la búsqueda de prestigio, de poder y de gloria personal. La hacienda se consolidó en los siglos XVIII y XIX, como una asociasión que procuraba importancia social y riqueza pero sobre todo poder político.

A principios del siglo XIX, la Independencia, que significó para los países de la América hispánica cambios fundamentales, no hizo en Colombia sino reforzar las antiguas estructuras políticas y sociales, y afirmar los valores propios del periodo colonial. El nacimiento de una nueva república, fue en realidad, la confirmación de un Estado cuyos componentes esenciales eran los existentes durante la dominación española, bajo el velo de una ideología liberal y democrática.

Luego de consolidar las estructuras sociales tradicionales de la colonia, la clase dirigente neogranadina, se perpetuó sin incidentes en la nueva república. La aristocracia colonial conservó las riendas del poder político, y su influencia fue tal, que aún hoy, se pueden encontrar descendientes de esas familias en los puestos claves del Estado. La endogamia, fue y sigue siendo, una de sus principales herramientas utilizadas por la élite colombiana, para conservar la riqueza, el prestigio y el poder político.

2.1. Las particularidades de la exclusión en Colombia

La exclusión es un fenómeno que es a la vez la causa y la consecuencia de los problemas que afectan a Colombia. Para entender la “exclusión colombiana”, es preciso observar en la época colonial, el proceso social de formación de mentalidades y de imaginarios, deteniéndose en el análisis de los factores que determinaron el conjunto de los valores y de las actitudes al rededor de las cuales se formó la primitiva sociedad colonial. La exclusión en Colombia no está vinculada únicamente con elementos étnicos o socioeconómicos como se pudiese imaginar. La exclusión se ha generalizado tanto en ese país, que se ha convertido en un modo de organización social por completo, al cual es necesario someterse si se desea ascender socialmente. La exclusión está sutíl pero firmemente presente en cada uno de los espacios sociales que constituyen el conjunto de la nación.

El sistema excluyente, desarrolló a través de los siglos una “virtud” fundamental que es la capacidad de extenderse a todos los segmentos de la sociedad, recreando a su interior su dinámica y sus reglas, dicho de otro modo, sus mismos valores.

El lugar privilegiado de la exclusión es evidentemente la política, en donde se refuerza y a partir de la cual se transmite a otros sectores de la sociedad. Dentro de ésta, la fidelidad absoluta de las clientelas y la “adulación a los notables”, es el único medio de mobilidad social en un contexto en el que los poderosos no estan dispuestos a compartir sus privilegios. Los dos partidos políticos tradicionales, el liberal y el conservador, los más antiguos de América latina, y sus dirigentes, han logrado así conservar su poder.

La iglesia ha jugado un papel importante en la conformación de una mentalidad excluyente ya que ha sostenido siempre la tradición conservadora hispánica y ha contribuido a justificar las desigualdades sociales y el mantenimiento de un orden superior incuestionable.

El círculo de los negocios no está regido en Colombia por las leyes del mercado de tipo capitalista, sino por las relaciones, la connivencia con el poder político y por la “capacidad” de obtener favores del Estado, circunstancia que deja un escazo margen de maniobra a las empresas excluidas de esos privilegios.

La mayoría de las universidades y numerosos intelectuales reproducen fielmente las actitudes excluyentes que provienen de los grupos de poder. De hecho, las universidades públicas colombianas son utilizadas por los partidos tradicionales para pagar cuotas políticas instalando a sus clientelas en los diferentes puestos tanto académicos como administrativos. Los méritos personales no son un criterio de selección o de éxito, lo que vale en el seno de esa institución, es la capacidad de los individuos de mostrar una lealtad sin falla y una actitud servil e incondicional hacia profesores y personal administrativo. Y Cuando los intereses económicos de los funcionarios públicos se ven amenazados, (aumento del periodo laboral y de las cotizaciones salariales para acceder a la jubilación, necesidad de recortar los gastos del presupuesto nacional, etc) no se acepta la prioridad del interés nacional sobre el privado.

Paradójicamente, los comportamientos excluyentes también afectan los movimientos de izquierda y las organizaciones revolucionarias que que dicen combatir la exclusión y las injusticias. Un ejemplo sorprendente es el de los sindicatos, constituídos por una clase “privilegiada”, extremamente violenta en la defensa de sus intereses y de sus conquistas, que busca limitar, y hasta impedir, el acceso de los trabajadores a los beneficios obtenidos. No hay que olvidar además el hecho de que la “aristocracia sindical colombiana” no constituye sino un débil porcentaje de los trabajadores nacionales.

La exclusión no está solo presente en los campos de la política y de la economía, sino también detrás de las actitudes fatalistas y del pesimismo generalizado propios de la sociedad colombiana. Está presente en los arquetipos consagrados a la representación del colombiano, reducido a la imagen de un bandido en potencia y visto por los demás como un verdadero peligro. La exclusión se hace evidente en las artes, la publicidad, la estratificación urbana, las ciencias, las letras, el acceso a la educación, la pobreza de la mayoría de los colombianos, el desempleo, etc.

3. La violencia como respuesta al fenómeno excluyente

La exclusión tiene consecuencias que inciden de manera directa y profunda en la vida cotidiana del país. Una entre tantas es la violencia. La exclusión creó una gran variedad de fuerzas opuestas a la formación de un Estado fuerte y eficaz y es la directa responsable de la aparición de la guerrilla. En efecto, las guerrillas colombianas se originaron durante el periodo de las guerras civiles entre federalistas y centralistas a lo largo del siglo XIX y se reforzaron a principios del siglo XX, como consecuencia de las guerras intestinas entre liberales y conservadores.

La exclusión ha favorecido la desintegración del país en numerosas “soberanías” administradas por grupos insurgentes. Desde 1982, la importancia de los movimientos guerrilleros y particularmente de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y del ELN (Ejercito de Liberación Nacional) no ha dejado de aumentar. En 2002 más de la mitad de los municipios del país, es decir cerca de quinientos, estaba bajo influencia directa de fuerzas subversivas. El abandono por parte del Estado de inmensas regiones del territorio nacional en manos de los actores del conflicto armado, como fue el caso de la “zona de distensión” concedida por la administración de Andrés Pastrana (1998-2002) a las FARC, y que comprendía una superficie de 32000 K² son prueba de que la exclusión es una de las realidades de la sociedad colombiana. Ahora bien, el fenómeno de la subversión trajo consigo la aparición de grupos paramilitares de extrema derecha que buscan combatirla. Estos últimos se caracterizan por una violencia extrema: la intimidación, las masacres y el desplazamiento forzado de la población civil, son algunas de las consecuencias de la violencia paramilitar.

Paralelamente a estos factores extraordinarios, es sensible el aumento de formas de criminalidad más insidiosas relacionadas con asesinatos, secuestros y robos efectuados por la delincuencia común. Los homicidios cometidos por estos delincuentes ascienden a más de veinte mil anualmente, lejos de la cifra de muertes violentas como consecuencia de la guerra entre militares, paramilitares y guerrilla.

La exclusión económica y geográfica de la cual son víctimas varias regiones del país y sus habitantes, vinculada a los fenómenos tradicionales de insurección, favoreció la aparición de otro peligro que amenaza gravemente la estabilidad del Estado colombiano: la producción y la comercialización de narcóticos. A partir de los años ochenta, los carteles de la droga –con una capacidad real para afrontar al Estado- inyectaron dineros procedentes de ese negocio en todos los sectores de la sociedad colombiana y crearon relaciones con importantes figuras políticas del país. Internacionalmente el nombre de Colombia se convirtió en sinónimo tráfico de drogas y de narco-democracia. El periodo presidencial de Ernesto Samper (1994-1998) por ejemplo, estuvo marcado por el escándolo relacionado con la intromisión de dineros procedentes del cartel de Cali en la campaña electoral.

Conclusion

Uno de los aspectos más originales de Colombia es su resistencia a la modernidad y su apego a ideas atávicas forjadas hace siglos. A pesar del esfuerzo de desarrollo económico, de una urbanización creciente, de la utilización marginal de tecnologías de punta, etc. las representaciones y los imaginarios mentales de la élite colombiana se inspiran en el pasado: permanencia de unos valores sociales seminobiliarios y aristocráticos que sólo pueden satisfacerse mediante la utilización del Estado como patrimonio personal. El sistema excluyente construido durante siglos en Colombia se infiltra en todos los sectores de la sociedad y se reproduce constantemente, renovando su dinámica y sus reglas dentro del conjunto de los subsistemas politico, económico, social, educativo, de salud, etc.

Las representaciones colectivas atávicas fuertemente excluyentes reafirman la desigualdad social que se intensifica diariamente. La dinámica excluyente se percibe aún al interior de los grupos que se han constituído para combatirla, ya que a pesar suyo, integran los modelos excluyentes. La exclusión, ejercida naturalmente como forma de organización social y como sócalo de las estructuras tradicionales, impide la formación en Colombia de un verdadero Estado-nacional.

A pesar de los problemas actuales del país, la clase dirigente y los partidos políticos tradicionales –el liberal y el conservador- se niegan a aceptar un cambio, como lo prueba el fracaso del referendo propuesto por el presidente Alvaro Uribe Vélez (liberal independiente y primer presidente colombiano en ser elegido sin el apoyo de la maquinaria política tradicional) el 26 de octubre de 2003 que buscaba poner límites a una clase política corrupta y fortalecer las finanzas del Estado. En efecto, los dirigentes de los partidos políticos tradicionales y sus respectivas clientelas, rechazan cualquier intento de modificación de un orden establecido, que les ha permitido obtener y conservar desde hace siglos, numerosos privilegios sociales y económicos. La gran mayoría de los políticos colombianos se aferra tenazmente a un imaginario secular, en el que priman los intereses personales sobre los de la nación.

Ante la crisis actual, el conjunto de la sociedad colombiana “libre” compuesta por jóvenes, amas de casa, estudiantes, profesionales independientes, desempleados, intelectuales responsables, periodistas éticos, políticos serios y comprometidos con Colombia, es decir la mayoría de los colombianos, debe reconocer que los partidos políticos tradicionales han dado pruebas de su ineficacia para construir una sociedad más justa y equitativa, y ante ese hecho, deben apoyar las alternativas políticas, indiscutiblemente nuevas, que empiezan a aparecer en el panorama político nacional.

Los colombianos deben desprenderse de los valores sociales y políticos tradicionales basados en el clientelismo, el individualismo, el egoismo y la corrupción, que sólo han favorecido durante centurias a una oligarquía que ha utilizado al Estado como patrimonio privado y que ha excluido a la mayoría de los colombianos de los derechos básicos consagrados en la Constitución Nacional.

La sociedad civil colombiana debe aceptar la evidencia de que no puede haber justicia social ni desarrollo sin una verdadera democracia, y para ello, los cuidadanos deben participar a consciencia al ejercer sus derechos cívicos. Colombia debe también reconocer su realidad multiétnica y multicultural con el objeto de construir una nación más solidaria y un verdadero Estado-nacional.

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